
Y cuando me di cuenta, el silencio se dejaba entrever.
Se dejaba acariciar sin un pequeño descanso.
En el desierto verano apareció
un ser cubierto de mota de polvo.
Semilla de manos rasgadas.
Raíz aferrada a cualquier altura y caída.
A cualquier sueño desafiante y tradición considerada.
A cualquier forma de existencia.
Tallo, de un espectador, que te conserva con amor.
Con delicadeza.
Que te trata de tú y te cuida de usted.
Que te canta si hace falta.
Tronco, resistente a cualquier cicatriz humana.
A cualquier piso okupa.
Que ofrece sombra y respaldo.
Tesoro por lo que merece la espera al fruto.
Hojas que cubren su cuerpo y florecen sus flores.
Que mudan con cada otoño desolado.
Que abrigan calles anaranjadas,
que vuelan, como los pasos que marcan,
el vaivén de las estaciones.
Autora
Cristina Ariza Rosado